En muchas ocasiones, desde hace unas décadas, hemos oído decir en España a algunas fuerzas políticas que el español no es la lengua común de todos los españoles, sino una lengua impuesta a la población, “una lengua opresora”. Incluso antes de ayer, en el Congreso de los Diputados se debatió una nueva propuesta impulsada por estas fuerzas que partía de esta premisa. Si aceptamos esto, ¿quiénes somos los hablantes de español? Unos borregos oprimidos. ¿Y en qué papel nos dejan a nosotros, como profesores de español? De facto, en el de los embajadores (involuntarios si se quiere) de tamaña opresión. ¡Qué vergüenza dedicar la vida a enseñar y difundir la opresión por el mundo! Y yo soy profesor de lengua y literatura española… Es por ello que me he animado a hacer este artículo, donde expongo ideas que conoce cualquier estudiante de Filología Hispánica.

¿Por qué el español es la lengua común de todos los españoles? Sencillez y geografía.

El español nació a finales del siglo X en un pequeño rincón de España, la cuna de Castilla. Entonces era un dialecto más del latín (como el catalán, el astur-leonés, el navarro-aragonés o el gallego) que se hablaba en un pequeño territorio sin gran importancia, pero tenía una particularidad muy interesante. Era el más diferente de todos los que había en la península porque sus sonidos (sus fonemas) procedían en parte de los dialectos vascuences. Tenía solo cinco vocales muy sencillas de pronunciar y algunos fonemas nuevos de sonidos muy fuertes que también eran muy característicos. Simplificando, podríamos decir que los primeros hablantes del español (entonces castellano) eran los vascos que pronunciaban el romance de forma muy distinta. El hecho de que Castilla estuviese en el centro de los territorios cristianos y que su idioma fuera tan diferente y sencillo de aprender y pronunciar condujo a que, por razones prácticas y comerciales, la mayor parte de la población cristiana, el pueblo llano, comenzase a usar el castellano para entenderse con todos los que no hablaban su dialecto. Igual que hoy.

En la Edad Media era imposible imponer ninguna lengua.

Así, el castellano no fue nunca una lengua impuesta, entre otras cosas, porque no había forma de imponerla: ni un 1% sabía escribir y no existía el sistema educativo. La Iglesia hacía todas sus ceremonias en latín. ¿Cómo la iban a imponer? El pueblo llano, el agricultor, el ganadero, el comerciante necesitaba una lengua común con la que poderse entender en toda la península y la elegida, por las razones antedichas, fue el castellano. Fue la decisión lógica y práctica de millones de personas, de la misma manera que hoy muchas personas eligen hablar inglés para mejorar su situación social, comerciar o viajar.

¿Cómo se convirtió el castellano en español?

Entre los siglos XIII y XIV se produce una impresionante expansión de los territorios cristianos y son ya millones de personas las que usan el castellano para entenderse. Y entonces, el idioma comienza a cambiar precisamente por el uso que hacen de él personas que no son sus hablantes maternos. También podemos trazar un paralelismo con el inglés. Cualquier persona que está empezando a hablar en este idioma, se habrá dado cuenta de que le resulta más fácil entender a una persona que no es nativa que a un nativo inglés. ¿Por qué? Por la pronunciación. El nativo pronuncia la lengua correctamente y eso nos dificulta a los demás tanto su comprensión como su aprendizaje.

La crisis de las sibilantes y el surgimiento del español

Pues bien, entre los siglos XIV y XVI se produce en el español un fenómeno que es conocido como la “crisis de las sibilantes” y que consiste en que cambian sus fonemas (sus sonidos) simplificándolos para que más y más personas puedan hablarlo y entenderlo con facilidad. Este es el momento en que, en mi humilde opinión, el dialecto debe dejar de llamarse “castellano” para llamarse “español”, pues esa obra de creación lingüística no la hicieron los castellanos, sino justamente los que no lo eran. Esa obra la hicieron los aragoneses, los andaluces, los valencianos, los catalanes, los vascos, los asturianos y los gallegos que se fueron apropiando del idioma y modificándolo cada vez que lo usaban para comunicarse, comerciar y viajar.

¿Por qué hay entonces esa constante inquina contra el español?

Evidentemente por razones políticas. El español es el gran cemento que une a todos los españoles y su debilitamiento supone, de facto, el agrietamiento de España, que es su objetivo último. Lógicamente, estos señores acuden a la defensa de dialectos y hablas que nunca salieron del ámbito doméstico y el uso minoritario (desde el aragonés al bable asturiano), pero que relacionan con la identidad de los habitantes de esas regiones usando argumentos afectivos. “Si no apoyas y hablas el aragonés, no eres aragonés. Si no apoyas y hablas el vascuence, no eres un buen vasco.” Mientras tanto, tratan de arrinconar a la pobre lengua española, que es una simple herramienta, desnuda de afectos, útil, preciosa y que nos permite comunicarnos con unos mil millones de personas en el mundo entre hablantes nativos y no nativos. Y además, como siempre ocurre en estos casos, con la incoherencia de que ellos mismos emplean el español a diario para hacer lo que hicieron sus antepasados, para comunicarse, comerciar (y hasta conspirar para destruir España) con el resto de los españoles. ¿O en qué idioma habla Otegui con Junqueras?