Capítulo 4: El discurso positivo
La forma de bloquear los comportamientos disruptivos, erradicar la oposición a nuestro papel jerárquico como profesores y educar a nuestros alumnos de forma democrática es mantenernos dentro de un discurso sereno y firme. Nuestro objetivo ha de ser plantear a los alumnos un conjunto de argumentos que les haga conscientes desde el principio de que nuestra posición jerárquica y nuestras decisiones no obedecen al capricho, sino al deseo de que su derecho a la educación se convierta en una realidad efectiva. Este discurso debe ser planteado por nosotros (y percibido por nuestros alumnos) como un discurso positivo, un conjunto de ideas encaminadas a su bienestar individual y por ello dirigidas al bien social. Se trata de construir un marco de convivencia de forma positiva y con unos fines claros.
Ese discurso positivo se puede articular en torno a varios ejes que desarrollamos a continuación.
La necesidad del sistema educativo
Este libro (aunque puede ser llevado a la práctica por profesores del sistema concertado o en países distintos a España) está pensado para ayudar a los sufridos profesores del sistema público español de enseñanza media.
Por tanto, dirigiremos este discurso a nuestros alumnos en una clase sufragada por el Estado, con un material escolar sufragado por el Estado y nosotros seremos profesores seleccionados y pagados por el Estado. Es decir, nuestra clase no está aislada de la sociedad, sino que es una célula de un cuerpo común de las sociedades avanzadas que se denomina sistema educativo. En el caso de que seamos profesores de la educación privada podemos sustituir la palabra Estado por sociedad y el discurso es básicamente el mismo.
Yo, personalmente, en la primera clase, cuando tomo contacto con un nuevo grupo, les lanzo un mensaje parecido a este:
“Lo primero que ustedes deben saber es que yo estoy aquí como profesor suyo para defender su derecho democrático y constitucional a la educación. Ustedes deben saber que hubo un tiempo (no hace muchos años de esto), en que la educación no era un derecho. Sí, en la Edad Media, en la Edad Moderna o incluso en la Edad Contemporánea la educación no era un derecho, sino un privilegio al alcance tan solo de los más ricos. Muy posiblemente sus abuelos, sus bisabuelos o sus tatarabuelos no pudieron estudiar porque en su época no existía un sistema educativo sufragado por los impuestos pagados por todos. Eso quería decir que solo quienes tenían la fortuna de nacer en las clases más acomodadas tenían el privilegio de alcanzar cultura y conocimientos. Esta situación hacía que resultara casi imposible el ascenso social. ¿Es eso justo? ¿Están ustedes de acuerdo con una sociedad en la que no sea un derecho estudiar? ¿Es lo mejor para la sociedad? ¿Una sociedad que no tenga sistema educativo garantiza que los médicos, los arquitectos, los abogados o los ingenieros serán elegidos entre los mejores o serán elegidos entre los jóvenes de las clases sociales privilegiadas? ¿Qué es mejor para que la sociedad pueda disfrutar de los mejores médicos, que todos puedan ser médicos o que los médicos salgan tan solo de entre las capas sociales más ricas? Es sencilla la respuesta: si la universidad puede elegir entre todos los jóvenes saldrán mejores médicos que si sólo puede elegir entre los jóvenes de una clase social minoritaria.”
Esta idea, es decir, la necesidad y los beneficios que reporta a la nación y a la humanidad la existencia del sistema educativo debe ser repetida hasta la saciedad de forma que todos los alumnos acaben comprendiéndola e interiorizándola. Si es necesario acudiremos a cuantos ejemplos sean necesarios, a razonamientos lógicos y hasta afectivos hasta conseguir nuestros objetivos.
Una forma de argumentar que yo a menudo empleo con los alumnos es el razonamiento en contrario. Es decir, qué ocurriría si las cosas no fueran como las estamos mostrando, sino exactamente al contrario. Aplicado a nuestro caso, el razonamiento sería así: ¿qué ocurriría si no existiera el sistema educativo?
“Si no existiera el sistema educativo, el Estado no gastaría dinero en construir institutos, seleccionar profesores y pagarlos. Es decir, yo no estaría aquí. Pero también ocurriría otra cosa: y es que ustedes tampoco estarían aquí. ¿Y dónde estarían? Pues buscando un trabajo sin tener ninguna cualificación. Solo los hijos de los ricos podrían ir a los institutos. ¿Es eso lo que quieren? Si no existiera el sistema educativo no habría suficientes personas en nuestro país para ocupar plazas de ingenieros, médicos, jueces, etc., por lo que habría que traerlos del extranjero como ocurre en los países del tercer mundo. Tampoco habría gente que supiera manejar ordenadores ni que supiera sumar o restar en los comercios… ¿Es eso lo mejor para nuestra nación? Es evidente que no, y eso es lo que explica que en todas las sociedades avanzadas, la educación sea un derecho universal y eso explica asimismo que todas las sociedades tengan un ministerio de educación e inviertan ingentes cantidades de dinero en garantizar que sus ciudadanos adquieran conocimientos útiles para la sociedad. Todos sabemos que las naciones más poderosas del planeta lo son, entre otras cosas, porque están a la cabeza de la investigación en medicina, química, física, tecnología o armamento. Y eso solo se consigue gracias a un sistema educativo fuerte. ¿Es mejor pertenecer a un país atrasado o avanzado?”
El discurso sobre la función social del instituto se puede hacer desde diferentes puntos de vista. Yo habitualmente, les explico el primer día de clase lo siguiente:
“El instituto cumple varias funciones sociales, son varios sus objetivos. Por un lado, el instituto trata de formar personas en los valores democráticos que rigen nuestra sociedad: el respeto entre los seres humanos y la ley, el equilibrio entre derechos y deberes. Solo de esta manera tendremos ciudadanos conocedores de los valores que inspiran nuestra convivencia nacional. Por otro lado, el sistema educativo consigue que la sociedad produzca profesores, médicos, jueces, ingenieros y todo tipo de personal cualificado, que de otra manera habría que importar del extranjero. Y finalmente, les permite a cada uno de ustedes progresar personalmente de forma que acaben siendo útiles a la sociedad desde la profesión que les atraiga y para la que demuestren su capacitación. Si no existiera, el sistema educativo, nada de esto se produciría y nuestra nación sería tercermundista”.
Este discurso puede y debe ser reiterado ante nuestros alumnos una y otra vez. Podemos acudir a historias del pasado, vídeos, noticias, novelas o películas donde esta realidad se plasme: niños pobres que no pueden estudiar o que deben hacer grandes sacrificios para hacerlo, niños y adultos que consiguen metas para la humanidad. La concesión de un premio Nobel o la llegada a del hombre a la Luna pueden servir para ejemplificar e insistir en nuestras posiciones. Cualquier asignatura es por lógica necesaria para el avance social y es por ello por lo que está incluida en el currículo; así que desde cualquier área podemos insistir una y otra vez en esta idea de la necesidad social del sistema educativo para que jamás se borre de la mente de nuestros alumnos.
La necesidad de unas normas
Si los alumnos entienden esta idea (y no ha de caber la menor duda de que la entenderán), lo siguiente que debemos plantear es cuáles son las mejores condiciones para que ese sistema educativo cumpla su función social. Y aquí es donde ya hay que plantearles la necesidad de unas normas de comportamiento que permitan que efectivamente se produzca el derecho a la educación. En este sentido hay que explicarles que cualquier actividad humana requiere unas normas determinadas. Así, la realización de una comida familiar, de una fiesta, de un partido de fútbol, de una excursión o la construcción de una casa, requiere de una serie de normas que la hagan posible. Los seres humanos hemos ido desarrollando una serie de normas para que nuestras actividades cumplan con sus objetivos. Esta idea se la podemos ejemplificar a los alumnos mediante el ejemplo de la organización de una fiesta u otro con el que nos sintamos cómodos.
“Todas las actividades humanas precisan de unas normas en función del objetivo que persigan. Pongamos, por ejemplo, una fiesta. Una fiesta tiene como objetivo hacer que las personas que acudan a la misma se diviertan. Para ello lo primero que se necesita es que el lugar sea adecuado para la diversión sin riesgos. Resultará extraño por tanto hacer una fiesta dentro de una iglesia, en una planta de montaje de coches, en un rascacielos en construcción o al borde de un acantilado.”
Hago constar que pongo todos estos ejemplos para que el profesorado lector pueda usarlos con sus alumnos en sus explicaciones para que las mismas les resulten más amenas y claras.
“Además, ese lugar debe estar dotado de frigoríficos o similares que enfríen la bebida, de mesas donde se pueda poner la comida y la bebida, etc.; es decir, las instalaciones deben ser de una forma determinada y no de otra. En una fiesta debe mantenerse una actitud festiva. Los asistentes deben ir con el objetivo de pasarlo bien y sus conversaciones deben ser relajadas y divertidas. El vestuario también debe ser adecuado a la fiesta y así no parece lógico aparecer en la misma vestido con un bañador y unas chanclas.” Este ejemplo y otros parecidos (un funeral, una boda, una cita en el cine) pueden ser desarrollados por extenso hasta que comprendan que cada actividad tiene sus propias normas tácitas o explícitas. Tomemos por ejemplo la actividad en un quirófano y pensemos en las normas de iluminación o de higiene y su razón de ser.
Podemos ver que cada actividad debe mantener las normas que hagan que el objetivo se cumpla y desechar aquellas que no contribuyen a tal fin. Cuando hay normas superfluas (que no son necesarias para esa actividad) deben ser eliminadas, porque obligan a los intervinientes a realizar actos no necesarios (lo que constituye por lógica, una pérdida de tiempo y energía). ¿Tiene sentido pedir a la gente que guarde silencio en un funeral? ¿Por qué? ¿Tiene sentido pedirle a la gente que guarde silencio en una fiesta? ¿Por qué? Debemos aprovechar la discusión de las normas de clase para hacer madurar al alumno y ayudarle a comprender el funcionamiento de los grupos sociales (desde la pareja a la nación), porque norma equivale a sociedad.
Volviendo a la cuestión educativa, como es lógico, todas las normas de un centro deben ir encaminadas a que ese derecho a la educación se ejerza de forma real y efectiva. Y eso quiere decir que debemos hacer ver con nitidez a los alumnos que ninguna disposición de nuestro centro o de nuestro comportamiento en el aula responde al capricho. Y hemos de revisar nuestra normativa y nuestra acción para erradicar cualquier planteamiento arbitrario. Todo ha de ser razonado y encaminado al derecho que los estudiantes tienen a la educación. Y si en algún momento, nosotros o los alumnos llegamos a la conclusión de que una norma no cumple esa función social, debe ser suprimida inmediatamente. Es fundamental para que el sistema funcione bien, como veremos algo más adelante, que las normas sean siempre claras y escasas con lo que la eliminación de normas superfluas servirá para que todo funcione mejor. Y es fundamental para que nuestra función social sea comprendida absolutamente por los alumnos, que nadie albergue la menor duda de que lo que guía el comportamiento del profesor, siempre y en cada situación, es su beneficio como estudiantes y no el nuestro como profesores. O dicho de otra manera, los alumnos tienen que estar convencidos de que nuestro beneficio es justamente el suyo. Sólo desde este punto de vista podremos encontrar un terreno en común que nos permita imponer las normas disciplinarias.
La necesidad de la jerarquía
Y una vez planteada, la necesidad del sistema educativo y la necesidad de que, como toda actividad humana, sea regulada por unas normas, podemos platearnos cuál es el papel del profesor. Yo pienso que en este sentido es muy importante tomar conciencia que desde el momento en que nos ponemos ante un alumno, nosotros adquirimos un estatus de autoridad, nos revestimos de nuestra función social: en ese tiempo y en ese ámbito, somos profesores. Esta idea, bien explicada y comprendida, nos evitará muchos problemas, pues el alumno comprenderá al final que no se trata de que “le tengamos manía” o haya un problema personal con él: el único problema para nosotros consistirá en que él es un alumno que disturba el derecho a la educación de sus compañeros y nosotros no podemos mirar hacia otro lado, pues nuestra función social consiste precisamente en garantizar el derecho a la educación. Así mismo, cuando tengamos un problema con un alumno (y a veces los tenemos y son difíciles de sobrellevar, pues nos generan mucha ansiedad) podremos gestionar el conflicto mejor, pues nos daremos cuenta de que se trata de un conflicto de ese alumno con nuestro “yo profesor” y no con nuestro “yo individuo-persona”.
Por otro lado, es necesario señalar la importancia de la existencia de una jerarquía social, explicando que solo así ha salido adelante nuestra especie.
“Todas las actividades humanas precisan de una organización y no es posible la organización social sin jerarquía. Para que nuestra especie haya llegado a la Luna o para que España gane un campeonato de fútbol hace falta una organización y una jerarquía. En el desenvolvimiento de una actividad hay que tomar decisiones. Si no hay decisiones, no hay actividad. Y esas decisiones las toman unos por encima de otros, quienes detentan la responsabilidad de lo que ocurre en esa actividad. En la construcción de una casa participan muchos empleados y hay un arquitecto que dirige la obra y se responsabiliza del resultado final. En una guerra, millones de soldados siguen las órdenes de otros hombres, que son los responsables de los desastres ocasionados por el conflicto. En un quirófano hay una jerarquía cuyo vértice es el cirujano, responsable último de la operación. Si no existiera una jerarquía, no existirían las casas, ni los hospitales, ni los ejércitos. El Neolítico ya demostró hace miles de años que las sociedades jerárquicas eran capaces de generar más riqueza y se impusieron sobre las igualitarias. Por tanto, es una evidencia que para que una sociedad funcione bien, se precisa una jerarquía en todos sus ámbitos, desde un equipo de fútbol hasta una clase de un instituto.
Podemos volver también el razonamiento en contrario.
“¿Qué ocurriría si el profesor no manda en la clase? O mejor dicho, ¿qué ocurre cuando el profesor no manda? Es sencillo, todos ustedes saben que en esos casos, mandan los alumnos dominantes en el grupo. En muchos centros, estos alumnos son los más violentos y antisociales. Cuando no son estos, pasan a ser los más agresivos verbalmente, capaces de liderar grupos por su habilidad social, inteligencia y agresividad. En ninguno de esos casos están tranquilos los más callados, los más solitarios o los más débiles. El profesor y su capacidad coercitiva evitan todos estos problemas.”
La función del profesor
Y de esta forma enlazamos con la función del profesor, que, como hemos señalado, debe ser comprendida en todos sus términos y profundidad por el alumno. Sigo con el discurso que suelo lanzar a mis alumnos en la primera clase.
“Esto es un instituto público levantado y sostenido gracias a los impuestos que pagan sus padres y otros muchos ciudadanos españoles. Ni es una discoteca, ni una cafetería, ni el patio. Los ciudadanos españoles pagan estas mesas, estas sillas y me pagan a mí para garantizar que ustedes se formen como ciudadanos y futuros trabajadores. Si yo no garantizo que ese derecho se cumpla y ustedes no estudian, el dinero que gastan los españoles con sus impuestos y el esfuerzo que invertimos en mejorar su formación sería tirado a la basura.”
“Y como el sistema educativo es necesario y es el Estado quien se encarga de organizarlo y velar por su funcionamiento, deben saber ustedes que hay unas personas a las que el Estado ha facultado y ordenado para que garanticen el derecho a la educación. Esas personas son todos los profesores de este centro, cuya función social (igual que la de un médico es curar y salvar vidas) es precisamente esa. Y en esta clase, a quien le ha ordenado esa función el Estado es a mí. Así pues, yo no soy para ustedes don Eduardo López Prieto, sino su Profesor con mayúsculas, soy el representante al que paga el Estado para que todos los que están aquí puedan ejercer su derecho a la educación.”
Como dijimos antes, debemos hacer conscientes a los alumnos de que nosotros no somos un individuo como otro cualquiera, sino una figura, una función que ha ordenado la sociedad y en el caso de los centros públicos, el propio Estado. Eso nos conferirá muchas ventajas como veremos en capítulos posteriores.
Yo habitualmente sigo mi discurso en la forma siguiente:
“Eso quiere decir que quienes se pongan en contra del derecho a la educación, bien sea porque obstaculicen con su comportamiento las clases, bien sea porque pierdan el respeto que les deben a sus compañeros y profesores o bien por cualquier otra razón, se pondrán automáticamente en mi punto de mira. Y no tengan la menor duda de que pondré todos mis esfuerzos con todos los medios que la ley me da para castigar a quienes se opongan en esta clase a que sus compañeros puedan ejercer el derecho a ser educados.”
Es decir, los alumnos deben saber, antes de cualquier cuestión referida a nuestra asignatura, sea esta cual sea, que cualquier situación que suponga un ataque a profesores o alumnos automáticamente es un ataque más o menos grave, más o menos nocivo contra el derecho a la educación y a la igualdad entre todos los españoles y por ello será respondida por mi parte con un castigo equilibrado y proporcional a la infracción cometida.
La importancia del afecto
Es muy importante señalar que en el establecimiento de la disciplina es muy importante que el alumno se dé cuenta de que el profesor quiere establecer un marco jerárquico y dominar la situación por afecto al alumno. El afecto es fundamental en las relaciones humanas (individuales y sociales) y siempre se obtiene un rendimiento mayor de las personas si estas se implican afectivamente.
No debemos subestimar este elemento y en mi opinión, debe ser dicho de forma explícita y recurrente a nuestros alumnos para que no se olviden de que lo que nos anima es su bien.
Yo, venciendo algunos prejuicios y con un punto de ironía, para que no resulte cursi, les digo a mis alumnos, directamente, que les quiero. O que me preocupo por ellos. No es una forma de chantajearlos emocionalmente, sino de justificar las medidas de castigo que en ocasiones habré de tomar hacia ellos.
La importancia de la disciplina
Es también muy importante insistir en el hecho planteado arriba: esto es; este discurso es previo a cualquier cuestión referida a nuestra asignatura. Cometen un error los profesores que intentan obviar este debate con sus alumnos en la creencia de que todo se solucionará por su discurrir natural. Es un error tan grave como el de un piloto que cree que el avión volará correctamente o solventará un problema en vuelo por sí mismo sin que él opere sobre los mandos.
Nunca nos cansaremos de insistir en el hecho de que solo será posible que demos nuestra clase y transmitamos conocimientos a nuestros alumnos si hay el adecuado clima de trabajo (que en muchas ocasiones debe ser el silencio sepulcral). Todo lo que pueda distraer a nuestros alumnos (y todos sabemos que son muchas cosas) debe ser reprimido desde el primer momento. En este sentido hay que adoptar sin dudarlo una política preventiva. Y este discurso positivo es la vacuna, la muralla que debe convencer a los alumnos disruptivos de que no se opongan a nuestro objetivo social.
Finalmente, hay que insistir también en que este discurso no es interiorizado por todos los alumnos en una sola clase. Todos sabemos que hay alumnos más inteligentes y menos inteligentes, más tranquilos y más nerviosos, más dóciles y más rebeldes. Todos sabemos que hay alumnos cuyos padres son una ayuda en el proceso educativo (pues establecen en sus casas normas claras y eficaces) y otros alumnos cuyos progenitores son un lastre (pues consienten o justifican la indisciplina de sus hijos). Y lo que es peor, todos sabemos que hay compañeros (me refiero a profesores) con quienes se puede contar para instalar un clima de trabajo serio en un centro y otros que no deberían haber alcanzado jamás un puesto en el sistema educativo para educar (guiar) a los adolescentes, pues no son capaces de desarrollar esa función social. Esto hace que el proceso de convencimiento de los alumnos acerca de nuestras ideas no vaya a ser lineal.
En las primeras semanas tendremos más dificultades, pues muchos alumnos se estarán adaptando a nuestras ideas y métodos, por lo que deberemos explicar pacientemente una y otra vez el discurso antedicho. Poco a poco, si a nuestro discurso añadimos una actitud firme e intransigente con las actitudes disruptivas, los alumnos comprenderán no solo que nuestro planteamiento es adecuado, sino que es el mejor para sus propios intereses.
Aun así, habrá días en que la clase se nos escapará un poco de las manos o días en que un alumno o un grupo de alumnos se muestre más rebelde. Incluso algunos días no nos encontraremos en nuestro mejor momento y cometeremos errores. Es normal y debemos asumirlo como seres humanos.
Pero en mitad de la tempestad o pasada esta, lo importante es no perder el equilibrio y la fuerza de gravedad de nuestro discurso. Reconducir la situación a la calma y volver una y otra vez a la fuente de nuestro poder: la lógica y el sentido social de nuestra misión. Esa es nuestra posición de base: ahí somos fuertes porque somos verdad: lo único que buscamos es la felicidad y el progreso social de todos nuestros alumnos.