Baroja, Pío: Ayer y hoy. Caro Reggio Editor. Madrid, 1998. (233 páginas)

Se reúne en esta obra una pequeña colección de artículos y entrevistas que don Pío Baroja (1872-1956) escribió durante la Guerra Civil y publicó en 1938. Resulta su lectura muy interesante, pues es un nuevo representante de esa “tercera” España que no manifestó adhesión ni por el bando “blanco” o “fascista” ni por el “rojo” o “comunista”, empleando aquí los términos que el propio autor utiliza y no los que se auto-adjudicaron los contendientes de “nacionales” y “republicanos”.

Debe señalarse, como imprescindible introducción, que esta obra no es apta para personas que desconozcan la Guerra Civil o que tan solo conozcan el relato edulcorado y falso que la historiografía comunista ha hecho triunfar en las últimas décadas sobre una Segunda República idílica y amante de las libertades y el progreso, contra la que se levantan de forma ilegítima las fuerzas demoníacas y fascistas de la aristocracia, la Iglesia y el Ejército. Si el lector está todavía en esta fase pueril de sus conocimientos sobre nuestra guerra, lo mejor será que lea (mucho antes de este) otros libros que lo saquen de su ignorancia (como por ejemplo el magnífico del trotskista estadounidense Felix Morrow (1906-1988) Revolución y contrarrevolución en España y tantas otros que muestran el devenir de los años que van desde 1931 hasta 1939 como la historia de un proceso revolucionario y no la Arcadia feliz truncada por el general Franco.

La fuerza narrativa de Baroja

Hay en el libro tres anécdotas vitales que narra Baroja con su fuerza habitual. La primera y más importante, su detención e interrogatorio, que casi le costó la vida, por parte de los requetés navarros (que le acusaron de atacar la religión católica) y su huida a Francia. En segundo lugar, el irracional y criminal incendio provocado por los anarquistas en Irún, que arraso la ciudad y obligó a toda su población a huir de la localidad pasándose a Francia. En tercer lugar, su vida en París, aislado y repudiado por los intelectuales socialistas.

La posición ideológica de Baroja ante la Segunda República y la Guerra Civil

En todo caso, esbozaremos las ideas más importantes que desarrolla Pío Baroja en el libro con alguna cita ilustrativa:

En primer lugar, Baroja intenta explicar las causas de la guerra y lo hace, como no, desde sus presupuestos antropológicos y racistas. Baroja atribuye una tendencia natural a la violencia entre los pueblos mediterráneos y más entre los españoles. Ello no lo achaca a influencia “mora” o “árabe” (sic), sino al origen mediterráneo de gran parte de su población, al clima, a la propia orografía, enorme extensión y aislamiento regional que sufría España desde la Prehistoria.

“En la historia del mundo civilizado la orilla del Mediterráneo es el lugar donde se da el máximo de crueldades, de violencias y de ferocidades, pero es también en ella donde se han debatido las cuestiones políticas y religiosas más candentes de la humanidad.(…)
La tradición persiste y en los países como Italia, España y Francia, que tienen zonas mediterráneas y otras atlánticas o continentales, la violencia se dado siempre con más fuerza en la parte del Mediterráneo que en las otras, atlánticas o interiores.” (página 148).
“Durante el sitio de Calahorra con los romanos, los sitiados se comían a sus muertos. Los sitios de Numancia y de Sagunto corresponden después de siglos con el de Zaragoza y Gerona en tiempos de Napoleón y la guerra contra el imperio romano se prolongó en España más que ninguna otra parte” (página 18).

La Segunda República como régimen fracasado

En segundo lugar, Baroja señala el fracaso del régimen instaurado por la República, para el que no tiene sino palabras de censura y desprecio, como causante del caos social que acabó desembocando en la guerra y el Terror rojo en Madrid y Barcelona.

“La República española ha vivido en plena dictadura, en pleno despotismo y en plena arbitrariedad. Ha suprimido periódicos; ha metido en la cárcel a gente inocente; ha atropellado; ha tenido el deseo de vejar. Cuando hace más de un año socialistas y comunistas luchaban con los fascistas en las calles de Madrid, el Mundo Obrero, órgano del comunismo, recomendaba contra los fascistas la eliminación en integral., Es decir la muerte. El espíritu de todos los comunistas y simpatizantes inspirados por la Rusia bolchevique es verdaderamente repulsivo. Siguen la máxima semítica: El que no está conmigo está contra mi.” (Página 80).
“Mucha gente ignoraba, porque no se hablaba de ello en los periódicos, pero muchos lo sabíamos, que casi todos los días había asesinados políticos en la capital. Socialistas y fascistas se atacaban a traición y dejaban a cada paso cadáveres en las calles. Las milicias socialistas actuaban como autoridades, con permiso del gobierno y registraban a los paisanos, como si fueran de la Policía. La excitación entre los fascistas era terrible. Su sociedad se iba convirtiendo en algo así como la antigua mafia o camorra napolitana. El gobierno del Frente Popular protegía a los suyos de una manera arbitraria, y hasta cínica. Muchas veces, después de un crimen en el que había caído algún fascista, se prendía como autores a los compañeros de este. Yo no digo que en un régimen fascista no ocurriría lo mismo; pero, aunque así sea, un poder como este es un gobierno de taifa y no de un país civilizado.» (Página 35)

Crítica y ridiculización del comunismo

En tercer lugar, ridiculiza y abomina de la ideología comunista.

“En estos últimos tiempos he escrito en Madrid algunos artículos de crítica acerca de las ideas comunistas. He dicho que la teoría no tiene originalidad alguna, que casi todas las predicciones de Karl Marx no se han cumplido, que su libro El capital, que casi nadie ha leído, es pesado, indigesto, soporífero. He afirmado también que la fraseología de Lenin y sus compañeros es vulgar y mediocre, al lado por ejemplo de la retórica violenta, revolucionaria y apocalíptica de un hombre como Nietzsche” (…) “Como se sabe cada comunista español es una lumbrera, mezcla feliz de Newton, Kant y Copérnico, con algo de Jesucristo. (…) (Los comunistas) Añadieron que un hombre viejo no podía entender la dictadura del proletariado. Naturalmente, esto no puedo entenderlo ni yo ni nadie. Los proletarios que se convierten en dictadores dejan de ser proletarios, como el criado que se hace dueño de una casa dejar de ser criado. La cabeza comunista de España y creo que también fuera de España, es de ínfima clase: de gentes a quienes no se les ocurre más que lugares comunes ya muy manoseados. Todos estos revolucionarios son doctrinarios pedantes y tienen una intransigencia parecida a la de los antiguos cristianos, intransigencia de origen semítico expresada mejor que ninguna parte en la frase del Evangelio: El que no está conmigo, esta contra mí” (página 24-25)

Crítica al fascismo

En cuarto lugar, se muestra absolutamente contrario del fascismo, al que sitúa en la misma posición que el comunismo, aunque cree que es una forma de reacción ante él. Es decir, el fascismo es visto como la reacción natural ante el comunismo. De todas formas, Baroja considera responsable último de la violencia desatada al Frente Popular, al Partido Comunista y al Partido Socialista.

“Los rojos han inaugurado un terror sin ejemplo y los blancos simultáneamente han seguido el mismo camino. La vida humana ya no tiene valor” (página 147).
“Ha habido un intento de exonerar a los Partidos Socialista y Comunista de las matanzas de Madrid y de pintar a sus afiliados como una gente seria, disciplinada, bien organizada y poco cruel. Esto parece que es completamente falso, pues se sabe que unos jefes socialistas y comunistas influyeron en la Jefatura de Policía para preparar los asesinatos y que los periódicos Claridad y Mundo obrero, socialista el uno y comunista el otro, señalaron muy claramente las víctimas que debían caer bajo el plomo”. (página 181).

La solución: una dictadura militar

Finalmente, repite en varias ocasiones su deseo de que en España se instaure una dictadura militar, como solución transitoria para terminar con la violencia.

“En estos momentos soy partidario de una dictadura militar que esté basada en la pura autoridad y que tenga fuerza para dominar los instintos rencorosos y vengativos de la masa reaccionaria y de la masa socialista. Yo no puedo tener simpatía por esa turba tradicionalista, defensora de la religión, que es capaz de insultar y probablemente de matar a un escritor porque no comparte sus ideas. Tampoco experimento la menor estimación por esa plebe socialista de Madrid, que lanzó hace meses la estúpida noticia de que las damas católicas daban caramelos envenenados a los chicos, lo que la autorizaba para incendiar, robar y matar. Tanto una masa como otra me parecen lo peor del país, lo más brutal, lo más despótico y lo más sanguinario. No creo que sea raro que un hombre como yo desee que aparezca el domador de estas bestias feroces, y que lo haga, no como el legendario Orfeo, con la lira en la mano, sino con el filo de la espada.” (páginas 38-39).

Obviamente, y con estas ideas, es lógico que Pío Baroja no fuera santo de la devoción de comunistas, socialistas y anarquistas y mucho más lógico es que esta obra suya tenga una difusión tan escasa e incluso fuera presentada en 1998 por Miguel Sánchez Ostiz como la obra de un viejo solo y atormentado: “Es un libro muy duro, cuesta compartir sus ideas; pero Baroja es un escritor extraviado en una época convulsa.” El pensamiento dominante no conoce ni quiere conocer la historia de España. Todo lo que se salga de su análisis maniqueo y simplón al que aludíamos al principio, es incomprendido. Por eso los libros de quienes vivieron la guerra y la cuentan desde su punto de vista personal, como Chaves Nogales, por ejemplo, o este mismo de Pío Baroja, deben ser reivindicados y difundidos.

Críticas a las vanguardias y negación del 98

En el libro hay también espacio para los juicios artísticos, criticando las vanguardias por su infantilismo y futilidad, que considera una estafa a la historia del arte. Por otro lado, niega categóricamente la existencia de la generación del 98 y la califica de invención.

“Vino la guerra europea, y como si los cañonazos y los tiros tuvieran que ver algo con la literatura y con las artes, se abrió la puerta a todo, a los mayores extravagancias y hasta los mayores estupideces: el cubismo, el dadaísmo, el súper realismo, etc.. Los escrúpulos y los distingos, algunos motivados, se echaron a un lado, no para aceptar una obra de algún valor, sino para tomar en consideración verdaderas insensateces” (página 61).

Un estilo brillante

El estilo es, como siempre en nuestro autor, sencillo, ácido, directo, hiperbólico y burbujeante. Y en esta obra, y a pesar de analizar nuestra enorme tragedia nacional, Baroja muestra unas grandes dosis de humor que, al menos a mí, me han hecho reír a mandíbula batiente en varias ocasiones.

“Con la República democrática y parlamentaria, hemos llegado al fondo de la miseria. Indudablemente, no se puede bajar más. Nuevas ciudades en la zona gubernamental han vivido y viven bajo el mando de la inspiración de judíos rusos, de apaches internacionales, de criminales de todas partes, libertados de las cárceles, y de grupos de anarquistas y de comunistas entre los que florece el energúmeno que se cree genial.” (página 73)
“Para una revolución no se necesitan ideas, y menos ideas complicadas; con un programa que quepa en un papel de fumar basta y sobra” (página 112).
“Tampoco se puede creer gran cosa en los decretos como los que ha dictado o piensa dictar el ministro de justicia actual, anarquista o ex anarquista García Oliver. Este señor, impulsado por su doctrinarismo humanitario, piensa que hay que tratar a los criminales como víctimas de la sociedad y llevarlos a vivir a ciudades penitenciarias cómodas, donde haya teatros, cinematógrafos, bailes, etc. Con este sistema los criminales serían los privilegiados, y sería una excelente carrera matar a alguno para llevar una vida agradable. Éstas ridículas utopías contrastan con el sistema que los amigos del señor García Oliver practican en las calles, fusilando al que lleva un sombrero o una corbata de cincuenta céntimos” (Página 112)
“Las exigencias de la C.N.T. en el ramo de la construcción eran ridículas: Semana de 40 horas, jornal mínimo del peón de albañil, 10 Pts. Si la mujer del obrero quedaba enfermo de parto, el patrono pagaría los gastos. Si el trabajador era joven e iba soldado, se le abonaría la mitad del jornal. El reumatismo y otras enfermedades parecidas se considerarían como accidentes de trabajo. Además, el patrón estaba obligado a costear asilos, escuelas y hospitales. Podían haber añadido que era obligatorio en el patrono llevar el chocolate a la cama de los obreros, hacer la colada y divertir a los niños de los camaradas.” (página 132)

Me parece, por tanto, que es una obra de interesante lectura siempre y cuando nos interese el tema de la República y la Guerra Civil, tengamos unos amplios conocimientos previos sobre el tema y queramos profundizar, sin prejuicios, en las opiniones de uno de nuestros grandes escritores. Si tal es así, recomendamos la lectura de esta breve obra que, se puede leer incluso de un tirón (yo la leí de una sola vez) por su brevedad y amenidad.