España: Un sistema de enseñanza a la deriva

Esta entrada va a ser breve. No hace falta argumentar mucho en contra del sistema de enseñanza que se sigue en España. Los resultados son evidentes. Y además los docentes españoles no necesitamos la prueba PISA para saberlo. Todos sabemos que se regalan los aprobados y que estamos más preocupados de entretener a los alumnos que de exigirles un aprendizaje. Todos sabemos que el BUP era mucho mejor que la ESO. Y quién no lo sabe, es porque no lo quiere saber. Vivimos sobre una ficción y los políticos no quieren que se nos despierte. Por eso nadie quiere evaluaciones externas. Así que el informe PISA es el único medidor real que tiene nuestro sistema educativo (que en verdad no puede ser llamado de enseñanza).

Desastrosos resultados españoles en el informe PISA 2022

Pero el informe PISA 2022 nos da una bofetada de realidad. En una clasificación mundial en la que hay países como Marruecos, Jamaica o Qatar (que son mecas de la instrucción mundial), España está por debajo de la media. Esto no es que sea triste, sino que es una verdadera vergüenza con los ingentes medios con los que cuenta el sistema educativo en España. Y cuanto más avanzada pedagógicamente es una comunidad, peor. No hay más que ver los resultados de Cataluña. Los datos nos dicen que:

  • Los alumnos españoles de 15 años están dos cursos por debajo de los alumnos de Japón en cuanto a Matemáticas.
  • Los alumnos españoles de 15 años están dos cursos por debajo de los alumnos irlandeses en cuanto a lectura.

Sustituir la tradición por las modas de los pedagogos

Los países asiáticos son quienes lideran siempre el informe PISA. Y hay una razón sustantiva y simple. Son países apegados a la tradición que nosotros hemos abandonado. Estudiar, codos, memorizar, solucionar problemas teóricos… Es sencillo y barato. Nosotros hemos dejado dos mil años de enseñanza occidental basada en la autoridad (y me refiero a la autoridad moral y científica que tiene el buen docente sobre el discente) para sustituirla por juegos, jueguecitos y diversión. Hemos convertido los centros de estudio y enseñanza en parques de atracciones. Hemos sustituido a Aristóteles, Sócrates y Elio Antonio de Lebrija por Ausubel, Piaget y César Bona. Y así nos va…

Sustituir los conocimientos por el placer

Nuestro sistema educativo persigue esencialmente el placer del alumno. No se trata de enseñarle sino de motivarle, escucharle, aceptarle, justificarle, comprenderle y además ¡aprender de él! Se procura además que el alumno siga escolarizado casi hasta los treinta años. Y luego… a enfrentarse con un sistema de vida que no tiene nada que ver con lo vivido en el instituto.

¿Y qué ocurriría si los obligásemos a estudiar?

Efectivamente esta es una pregunta sobre la que nos extenderemos en otra ocasión, pero ahora dejaremos una mera pincelada. Efectivamente, si el sistema de enseñanza fuera así, muchos alumnos no podrían seguir el ritmo de la clase. Ya pasaba eso en el BUP. Los mejores pasarían y harían avanzar las ciencias, las matemáticas y liderarían el progreso del país. Los mediocres se esforzarían para pasar de curso, se convertirán en personas abnegadas y llegarían mucho más lejos de lo que llegarán con este sistema. ¿Y los que no pudieran? La respuesta es sencilla: no todo el mundo tiene que estudiar. No a todo el mundo le gusta estudiar ni el saber en sí mismo. Y a este tipo de alumno habría que darle una respuesta educativa, por supuesto, adecuada a sus necesidades y gustos, pero que en ningún caso debería suponer el retraso de los más avanzados (y con ellos de toda la nación) como ocurre hoy.

¿Y que hay detrás del placer?

El poder político y los pedagogos (que no son sino sus sumisos esbirros pagados con el dinero de todos) se ha preocupado por excitar en los alumnos el espíritu «crítico». ¿Y qué es eso? ¿En qué consiste ser «críticos»? Básicamente se trata de investigar cuáles son los defectos del sistema capitalista ignorando sus virtudes (por ejemplo, ignorando que jamás ha vivido la humanidad mejor que ahora). A la vez y de forma paradójica, ser «crítico» es aceptar como un borrego la ideología dominante emanada del poder y convertida en propaganda en telediarios, novelas, series y hasta en las películas de Disney.

Y la realidad es que educar en valores y postular una enseñanza «crítica» es una contradicción de términos, pues el pensamiento verdaderamente crítico no puede postular ideología alguna: ni a favor ni en contra de la ideología de género, ni del cambio climático, ni de la caridad con los emigrantes, ni de nada. Crítico es dejar realmente que cada individuo piense por sus propios medios y no intentarle convertir en un activista de la Agenda 2030.

Una fábrica de inadaptados sociales

Y es que el resultado de este tipo de educación es la inadaptación social, pues el alumno lejos de querer insertarse en el aparato productivo y social aceptando su lógica (que es la de la economía de mercado, la propiedad y el beneficio obtenido a través del esfuerzo), se pasa dos décadas oyendo hablar de transformar la sociedad, de lo malo que es el sistema económico, culpable último de todos los problemas. En esas condiciones, ¿va a querer el alumno trabajar (mejor dicho, ser explotado) en una empresa o va a ir a la empresa a exigir desde el primer día que se modifique el convenio y se le suba el sueldo? ¿qué empresario va a elegir un empleado con ese «espíritu crítico»? ¿quién gana con crear una sociedad repleta de inadaptados sociales?

Las razones del desastre educativo son políticas y las soluciones también

Los poderes políticos occidentales han convertido los centros de enseñanza en centros educativos donde se procura que los alumnos se hagan seguidores de sus postulados ideológicos. Ese es el objetivo. Y para ello se disponen el resto de los elementos del sistema. No importa si los profesores tienen una formación deficiente, no importa si los alumnos no aprenden nada… si salen convertidos en fervientes feministas, ecosostenibles, preocupados por la emergencia climática, resilientes, empoderados, solidarios con los emigrantes, relativistas morales y poniendo en valor los ejes transversales, se ha conseguido el objetivo. Y todo lo demás les da igual. Y por eso no va a cambiar nada si no cambian los postulados políticos de quienes mandan. Pedagogos, inspectores y profesores somos nada más que los ejecutores de sus planes.