Hoy, 7 de octubre, se conmemora el día de 1571 en que los españoles encabezamos la Liga Santa que unía las naves de media Europa y que derrotó a los turcos en la batalla de Lepanto.
Don Juan de Austria comandó una flota de más de doscientas naves que se enfrentó aquel día a otra turca de más de doscientas cincuenta. Lepanto tuvo una enorme trascendencia, porque de haber sido derrotada la armada cristiana, el poder turco se habría extendido por Europa arrinconando nuestra civilización.
Lepanto fue la operación naval más importante de la historia hasta el desembarco de Normandía en 1944. Eso da una idea de la magnitud de la proeza que los españoles, comandando la flota europea, consiguieron aquel día.
No es de extrañar, por tanto, que Cervantes, que quedó manco como consecuencia de su participación en el combate escribiera aquellas frases inmortales.
Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros, militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria.
Prólogo de las Novelas ejemplares (1613).
Y en deuda de gratitud de los que hoy vivimos en España y disfrutamos de su cultura con los antepasados que la defendieron y la hicieron posible, vaya este humilde homenaje desde esta revista. Pues somos conscientes de que, sin ellos, no hubiéramos existido. Ellos son nuestra patria.